sábado, 15 de agosto de 2009

Llueven hojas

Viento. Viento y lluvia. Toda la noche. El ruido del agua golpear el techito de chapa de la galería me acompañó, en vano, en el intento de dormir. No podía dejar de pensar. En todo, en como se había terminado todo. Otra vez, en una cama vacía. Con un lugar vacío. A eso de las tres un fuerte trueno me despertó de la única vez que había logrado conciliar el sueño. De allí en mas , fue solo dormitar. Como a las siete me había cansado de estar tirado sin dormir y sin estar del todo despierto. Me levanté, y miré por la ventana de la cocina que todavía llovía, mas suave, mas lento. Sin ganas. La lluvia, yo. Todavía faltaba un rato para que aclarase. Pongo el agua para hacerme un café, me preparo unas tostadas, y en silencio, lloro. Sin ganas, ya no me quedaban ganas tampoco de llorar. Despues del desayuno, me quedo tildado un rato largo, sin darme cuenta que ya no llueve. Miro le reloj, nueve y diez. Me doy un buen baño. No puedo seguir encerrado, me falta el aire. Cerca de las once salgo. No hace frío, pero está pesado, pegajoso. Canimo al Mercado de la Avenida. Me detengo en el semáforo. Bastante transito para un domingo en el barrio, pienso. De repente una ráfaga de viento cruza en diagonal a la calle y agita las ramas casi desnudas de los plátanos. Y sucedió el milagro. Las pocas hojas que todavía resistían de un otoño mas largo de lo habitual, comenzaron a caer, lento al compas del viento. Fueron unos segundos nada mas, en el que decenas de hojas ya secas, amarillentas, llenaron el aire, caían, caían y caían. Atónito frente a lo que veía, buscaba una mirada cómplice, pero nadie parecía advertir lo que sucedía. Así parado, solo, mirando al cielo viendo como caían las hojas, volví a sonreir. Y pensé, llueve... Solo que esta vez lluven hojas.