sábado, 15 de agosto de 2009

Pregunta con respuesta.

-¿Sos todo eso o nada de eso?

-A su pregunta contesto:

Todo eso. Más que eso.

La paciencia no es mi virtud.
Tampoco lo es la tolerancia.
Soy ansioso, lo sé.
Soy de reaccionar...
pues también lo sé.
Pero por ser todo lo opuesto en el ayer,
hoy así me gusta ser.
Ya lo dije, no es simpático,
pero así es como es.
Ya no me interesa
a todomundo
caer bien.
Digo lo pienso.
Hago lo que siento.
Si me gano amigos así,
"bienvenidos al tren".
Para enemigos hay un montón de gente...(Calamaro dixit)
Esos no me interesan.
Ellos no me interesan.
Tengo muchos defectos.
Y soy Yo mi peor juez.
Tengo muchas mas virtudes.
Y son los demás los que las saben ver.
Y agradezco que me las hagan saber.

No quiero ser un trabajo,
ni un lugar en una agenda:
17.30 alejandro
y si pasa algo, a posponer...
Total sabrá comprender...
Ya no comprendo.
No quiero vivir para compreder.
Si ese es el lugar que se me dá,
pues me permito y
decido no aceptar.

Valgo más que eso...
Pido más que eso...
Pido siempre más...

Vivir es para vivir.
No para esperar.
Vivir es para soñar,
volar, sentir.

No para esperar.

Metro y medio

La cartera está

sobre la cama del mayor

y su ropa sobre la silla.

Hace tiempo que duerme allí.

Él está sentado hablando por teléfono

en el cuarto de la mayor.

Ese es su lugar ahora.

Toma notas, busca papeles en su maletín.

Se levanta, se sienta.

Cada tanto mientras se viste ella lo vé.

Lo tiene en diagonal.

Se queda unos segundos pensando.

Busca...

El cada tanto también se detiene en la imagen de ella sin que lo note,

y también,

busca...

En una casa que quedó tan grande desde que los chicos se fueron

así están.

El cuarto con la cama grande

hace meses que no se toca.

Extraños conocidos.

Saben que se necesitan,

se extrañan.

Que sin el otro no tienen sentido

ni razón de ser.

Que quieren dar

y recibir un abrazo.

Lo que no saben es

qué hacer

con ese muro invisible

que se levantó

en ese metro y medio

que hay entre ellos.

Llueven hojas

Viento. Viento y lluvia. Toda la noche. El ruido del agua golpear el techito de chapa de la galería me acompañó, en vano, en el intento de dormir. No podía dejar de pensar. En todo, en como se había terminado todo. Otra vez, en una cama vacía. Con un lugar vacío. A eso de las tres un fuerte trueno me despertó de la única vez que había logrado conciliar el sueño. De allí en mas , fue solo dormitar. Como a las siete me había cansado de estar tirado sin dormir y sin estar del todo despierto. Me levanté, y miré por la ventana de la cocina que todavía llovía, mas suave, mas lento. Sin ganas. La lluvia, yo. Todavía faltaba un rato para que aclarase. Pongo el agua para hacerme un café, me preparo unas tostadas, y en silencio, lloro. Sin ganas, ya no me quedaban ganas tampoco de llorar. Despues del desayuno, me quedo tildado un rato largo, sin darme cuenta que ya no llueve. Miro le reloj, nueve y diez. Me doy un buen baño. No puedo seguir encerrado, me falta el aire. Cerca de las once salgo. No hace frío, pero está pesado, pegajoso. Canimo al Mercado de la Avenida. Me detengo en el semáforo. Bastante transito para un domingo en el barrio, pienso. De repente una ráfaga de viento cruza en diagonal a la calle y agita las ramas casi desnudas de los plátanos. Y sucedió el milagro. Las pocas hojas que todavía resistían de un otoño mas largo de lo habitual, comenzaron a caer, lento al compas del viento. Fueron unos segundos nada mas, en el que decenas de hojas ya secas, amarillentas, llenaron el aire, caían, caían y caían. Atónito frente a lo que veía, buscaba una mirada cómplice, pero nadie parecía advertir lo que sucedía. Así parado, solo, mirando al cielo viendo como caían las hojas, volví a sonreir. Y pensé, llueve... Solo que esta vez lluven hojas.